Caer nunca es una decisión consciente. Al contrario, es la trampa de un camino que parece recto, pero se inclina lentamente, imperceptible, llevándote hacia abajo. Como una piedra que rueda sin control, uno se ve arrastrado, impotente, por una pendiente que nadie había señalado. Puedes correr, creer que aún conservas la voluntad de elegir tus pasos, pero el terreno tiene vida propia, se abre y se pliega bajo tus pies con una lógica ajena. Y así, tarde o temprano, todos llegamos al mismo lugar: el fondo. Allí, como un vagabundo que ha perdido la dirección en un laberinto invisible, descubres que no hay escapatoria de la caída, que no es el impacto lo que te destruye, sino la lenta y deliberada crueldad de ese descenso. Lo único que queda es reconocer, con una resignación amarga, que el verdadero coraje no es evitar el golpe, sino tener el valor de contemplar, en todo su horror, el inevitable desmoronamiento de lo que creíste ser.
-Diario del Escritor Anónimo.
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