La emblemática librería que fungió como espacio cultural esencial de la capital cierra su espacio físico y pasa a ser netamente virtual. ¿Qué recuerdos tienen en esta?
"Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado en tubos de carrizo".
Luvina
Juan Rulfo
La librería Luvina se transforma. Recientemente se anunció que, por motivos netamente financieros, aquella esquina de la Macarena que durante 18 años se convirtió en un referente cultural de Bogotá, cerrará su espacio físico para operar solo de manera virtual. Y si bien la invitación es a seguir disfrutando de la finísima y completa curaduría editorial de esta librería, es difícil que cierta nostalgia no embargue a quienes disfrutaron de este espacio.
Cineastas, escritores y artistas cruzaron las puertas de un lugar que se abrió a la cultura sin más pretensiones que el compartir y el goce colectivo. Durante 9 años proyectaron cine alternativo de la mano personajes como el director y productor Javier Orlando Rey; abrieron en el segundo piso un espacio para exposiciones de arte; acogieron escritores primiparos, medianos y consagrados, al tiempo que hicieron parte de Festivales de Poesía.
Hablamos con Carlos Torres, quijotesco personaje que mantuvo a flote este foco cultural, para recordar algunos episodios memorables vividos en estos 18 años alrededor de la música. Escarbando en su memoria estos son algunos de los que nos contó.
Nilko Andreas
18 años y una esquina que se convirtió en una referencia para la cultura en Bogotá: quisiera que hiciéramos entonces el ejercicio de recordar momentos que se vivieron en el espacio físico. Durante este tiempo, quisiera, ya que lo mencionas que lo recordaremos alrededor de la música.
En estos 18 años Luvina, más que una librería, ha sido un espacio cultural. Y la música nos ha brindado momentos muy especiales. Uno de los primeros eventos que tuvimos, y que dio inicio a 12 años de guitarra clásica, de bandoneón o de chelo cada miércoles, fue el de un chico colombianos que en ese entonces vivía en San Petersburgo: Nilko Andreas. Un hombre queridísimo. Estaba casado con una chica hermosísima brasilera. Una mezzosoprano que cantaba unas canciones en portugués y en ruso maravillosas.
Recuerdo muy bien que estábamos todos agrupados y que no había donde sentarse, cuando se fue la luz. No sé de dónde diablos consiguieron un par de velas, quizá en la esquina cruzando la cuadra. El concierto empezó con muchos sentados en el suelo, sin ninguna elegancia, con los músicos iluminados tenuemente.
Ese concierto inauguró muchos años de guitarra clásica, que posteriormente se afianzó con un convenio que hicimos con la Fundación Guitarrística Colombiana que dirige Mario Arévalo. Todos los miércoles organizamos conciertos.
Jóvenes guitarristas egresados de la Universidad Nacional y de otras escuelas de Colombia se presentaron en este espacio. Cobrábamos 5 mil pesos o un aporte voluntario que iba para los músicos en su totalidad. Lo digo para mostrar el esfuerzo que hay en el escenario cultural colombiano, en este país hacemos mucho con las uñas.
Sofía Cháves y Milonga Sin Corte
Hicimos un concierto con una de las grandes chelistas colombianas, Sofía Cháves, que terminó convirtiéndose en un ciclo de dos años dedicado a este instrumento. A Sofía la conocía desde niña, desde que tenía 7 años. Ella estuvo en la Fundación Nacional Batuta y posteriormente se convirtió en una chelista de la Nacional. Trabajó con Luvina mucho tiempo.
Uno de los conciertos que tuvo un éxito absoluto fue el de un grupo argentino llamado Milonga Sin Corte. Se presentó dos veces y en ambas el lugar estaba abarrotado. La mujer interpretó un tango contemporáneo maravilloso, gritaba y saltaba increíble. Yo, al final, agitado, emocionado y con tres whiskys en la cabeza, le lancé un piropo entre elegante y vulgar. Ella lo recibió con un lenguaje todo Porteño, lo aceptó con una sonrisa y la gente empezó aplaudirla, a una mujer segura de su voz y de que su tango era maravilloso.
Los viernes se presentaba un hombre, un amigo, llamado Boris Acevedo. Un tipo de 45 años que, en la Universidad Nacional, se ponía a cantar a mediodía en el jardín de Freud. Interpretaba baladas de Leonardo Favio, de Sandro, de Pablo Milanés. También era una maravilla.
Los Checos
Hace muchos años, cuando empezamos la librería, mi compañera de esos años trabajaba en la Universidad Pedagógica. Tenía contacto con una cantidad de músicos y entre esos aparecieron unos checoslovacos, en ese entonces creo que aún existía la República Socialista de Checoslovaquia o se acaba de desintegrar. Los chicos estaban buscando dónde presentarse y en Luvina les dimos el espacio.
Llegaron tres músicos enormes con unos bandoneones gigantescos y empezaron a cantar música folklórica de su tierra. Fue una función maravillosa. Recuerdo que estaba Sofía, la librera, una chica que pesaba 4 pesos y que uno de los músicos la alzó y la lanzó al aire para que el otro la recibiera. Desde ahí la llamamos “La trapecista”.
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